El papel de la dieta en niños con TDAH, Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad
Diagnósticos al alza de TDAH, ¿justificados?
Para muchos científicos estamos ante una situación de «sobrediagnóstico por diagnóstico impreciso», tal y como postulaban en agosto de 2012 pediatras del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander en la reputada revista Evidencias en Pediatría. En su artículo, titulado ‘¿Existe un sobrediagnóstico del trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH)?’, los investigadores proponen utilizar un espíritu crítico a la hora de entender las epidémicas cifras de esta dolencia, cada vez más crecientes. Se preguntan, en este sentido, lo siguiente: «¿Existe dicho trastorno o es una ‘invención’ que origina muchos beneficios económicos al tratar y medicar a personas sanas?».
Tanto la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), como la Organización Mundial de la Salud (OMS), alertan sobre lo poco justificado que está el alarmante incremento de diagnósticos de TDAH y, sobre todo, de los tratamientos farmacológicos asociados, que solo deberían usarse en diagnósticos de impecable precisión y siempre después de probar con tratamientos psicopedagógicos o conductuales.
Sea como fuere, se ha postulado en diversas ocasiones y en diferentes medios -tanto académicos como de divulgación general- si el aumento de diagnósticos podría guardar relación con factores relacionados con la alimentación, tales como colorantes y aditivos alimentarios, el azúcar, el chocolate o los pesticidas.
Relación del TDAH con la dieta
- Colorantes. En 2007, un estudio británico muy comentado por los medios de comunicación sugirió cierta asociación entre el consumo de algunos colorantes y la hiperactividad infantil. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) analizó el estudio en profundidad y concluyó, en marzo de 2008, que no tenía validez y que los colorantes que en teoría estaban implicados en las supuestas alteraciones del comportamiento de los niños eran del todo seguros. En todo caso, un exhaustivo análisis publicado por Arnold y colaboradores en Neurotherapeutics señaló en julio de 2012 que, si bien es cierto que las evidencias sobre la relación colorantes-TDAH no son concluyentes, tiene sentido recomendar que los pequeños (con o sin TDAH) disminuyan su exposición a los colorantes (que se ha cuadruplicado en los últimos 50 años), ya que tales aditivos hacen más atractivos a alimentos insanos, algo vinculado con la muy preocupante obesidad infantil.
- Pesticidas. Existen estudios que han relacionado el TDAH con los pesticidas y ello ha generado un miedo injustificado hacia alimentos que son seguros, ya que la legislación sobre el uso de pesticidas en la Unión Europea es una de las más rigurosas del mundo. En 2010 se publicó un artículo en Pediatrics que sugería que los pesticidas podrían estar contribuyendo a generar TDAH. No obstante, los propios autores indicaban que sus observaciones no probaban «causalidad», es decir, que el diseño de su estudio no permitía dilucidar si sus hipótesis eran válidas. Dos investigadores españoles pertenecientes al Hospital Universitario Dr. Josep Trueta (Girona) y al Institut Català de la Salut (Área Básica de Salud Girona) revisaron a fondo el artículo para concluir en la revista Evidencias en Pediatría que sus limitaciones metodológicas eran diversas, lo que se traduce en que la asociación entre pesticidas y el TDAH es «dudosa».
- Azúcar y chocolate. El azúcar aparece de forma periódica en los diarios o en boca de terapeutas alternativos como un gran implicado en este trastorno. Algo que en 1996 ya habían desmentido nada menos que doce estudios rigurosos. Incluso el chocolate, que contiene cafeína, no parece estar implicado, dado que la dosis de esta sustancia es muy baja, a diferencia de lo que ocurre con algunas bebidas carbonatadas y, sobre todo, con el café o las «bebidas energéticas». Eso no significa que los niños puedan seguir tomando con total tranquilidad azúcar, ya que su elevado consumo está vinculado, de nuevo, con el riesgo de obesidad.
- Otros nutrientes. Otros componentes dietéticos estudiados en relación a los síntomas del TDAH son el zinc, el hierro, el magnesio y los ácidos grasos omega-3. En marzo de 2012, Thapar y colaboradores señalaban en la revista Archives of disease in childhood que ninguno de dichos componentes mostraba una asociación convincente con el TDAH e, incluso, cuestionaban el valor de modificar la dieta de los menores diagnosticados de este trastorno (que no suele ser saludable) para una supuesta mejora de los síntomas.
Déficit de naturaleza y de familia, no de nutrientes
El TDAH es, en suma, un trastorno sobrediagnosticado, sobremedicado y cuya relación con la dieta, salvo en el caso de la cafeína, es más que dudosa. Puede que tenga más que ver con quién come el niño que lo que come: aumentar la frecuencia de las comidas familiares y promover una buena atmósfera emocional en la mesa (mediante conversaciones distendidas) se ha asociado a la prevención de numerosos trastornos infantojuveniles.
Parece más clara la relación del TDAH con la ausencia de naturaleza. Richard Louv, en su libro ‘Last child in the wood‘ (‘Último niño en el bosque’), se refirió en 2008 a esta dolencia como «Trastorno por Déficit de Naturaleza», ya que, según él, los pequeños no fueron concebidos para pasar su infancia en una asfaltada ciudad, entre cuatro paredes, ante un frío pupitre u obedeciendo órdenes de diferentes profesores durante años. Los niños crecen más felices y tienen menos problemas cuando corren, saltan, juegan y hacen actividades con sus manos en contacto con la naturaleza.
En la misma línea, pero desde el ámbito académico, Wigal y colaboradores han propuesto más recientemente (en mayo de 2013, en la revista Journal of Attention Disorders) que más útil que dar fármacos a los menores con TDAH (suponiendo que de verdad tengan dicho trastorno) es conseguir que hagan ejercicio. Los beneficios del ejercicio físico son superiores a los de los psicofármacos, ya que no tiene efectos secundarios negativos, sino positivos: evitar el sedentarismo no solo mejora el pronóstico de la dolencia, también disminuye la obesidad, el colesterol, la presión arterial y un largo etcétera de problemas.
Un reciente estudio publicado en Nutrición Hospitalaria ha observado, además, que la lactancia materna sostenida durante al menos los primeros seis meses de vida supone un factor de protección frente a esta dolencia. La investigación, coordinada por el doctor Juan Manuel Pérez Ruiz (Universidad de Granada), se suma a las evidencias que apuntan que una mayor duración de la lactancia materna se relaciona con un mejor desarrollo cognitivo en la edad escolar. Incluso hay investigadores que se refieren no tanto a los beneficios de este tipo de alimentación para la inteligencia del niño, sino a los perjuicios de la interrupción temprana de esta práctica sobre el cociente intelectual verbal y no verbal del menor.
El pediatra Carlos González plantea en su último libro, ‘Creciendo juntos’, una interesante reflexión con la que vale la pena concluir: «Estamos en una sociedad que le puede quitar la medalla a un atleta profesional por haber tomado una pastilla para correr más, pero que es capaz de administrar a un niño de seis años una pastilla para estar más atento en clase».
http://www.consumer.es/web/es/alimentacion/aprender_a_comer_bien/infancia_y_adolescencia/2014/04/08/219713.php