Ainhoa Echavarria es miembro del equipo de ACABE- Asociación Contra Anorexia y Bulimia en Bizkaia. Fundada en 1994 ayuda a personas que sufren trastornos de conducta alimentaria y a sus familiares, ofreciendo información, asesoramiento y apoyo mediante una atención personalizada.
¿Qué es la anorexia?
Es un trastorno de la conducta alimentaria con unos criterios diagnósticos muy concretos: falta de apetito, rechazo de alimentos, pérdida de peso deliberada, inducida y mantenida por el propio enfermo…
¿y qué es la bulimia?
Es otro trastorno de la conducta alimentaria que se caracteriza por los atracones recurrentes y por conductas compensatorias inadecuadas que se realizan de forma repetida, tales como el uso de diuréticos, vómitos autoinducidos, ejercicio excesivo…
Frecuentemente se confunden, ¿qué tienen en común y que les diferencia?
Ambas son trastornos de la alimentación, conductas no habituales, anormales, insanas que vienen provocadas por situaciones de cambio, de angustia que no sabes manejar, ni gestionar. Esta circunstancia se traduce en el trastorno alimentario. Sin embargo, a veces no se cumplen estrictamente los criterios y hablamos de trastornos de la alimentación no especificados. Respecto a las diferencias, la anorexia la asimilamos con restricción y la bulimia con impulsividad. De todas formas, yo prescindo de estas etiquetas, es mejor hablar de trastornos de la alimentación en general que intentar clasificar a la gente. No son compartimentos estancos, se puede pasar de un periodo más restrictivo a otro más compulsivo.
¿Qué indicios o conductas pueden alertar a los padres de la existencia de estos trastornos?
Depende de cada persona, en algunos casos es menos evidente que en otros y, por tanto, se tarda más en averiguarlo. Aunque nadie está exento, el perfil más común es gente muy responsable, muy autoexigente y perfeccionista. Se produce un cambio en la conducta y en el carácter: aislamiento, tristeza, menor vida social… En todo caso, siempre es mejor excederse en la prevención, informarse y descartar, que pensar que es algo propio de la edad, que ya se les pasará.
¿Se conocen las causas?
Se da una combinación de factores precipitantes y predominantes que provoca la derivación en un trastorno de alimentación. No porque una persona tenga de repente un día compulsivo podemos concluir que ya tiene un trastorno.
Hay factores que predisponen (genéticos, sociales, entorno familiar, personalidad…), factores precipitantes (la pubertad –vulnerabilidad ante grandes cambios-, sumisión a estereotipos culturales, situaciones estresantes –exámenes, divorcios o separaciones, abusos,…) y factores mantenedores (malnutrición, aislamiento social, problemas de estado de ánimo, distorsiones de la imagen corporal…).
¿Ejercen una gran influencia los medios de comunicación y el canon estético que nos imponen?
Es un factor mantenedor no desencadenante, que hace que la enfermedad se prolongue en el tiempo. Esta sociedad impone una imagen perfecta que incide negativamente en el individuo agravando la falta de autoestima. La comparación con los modelos estéticos que se dan por buenos es la que da lugar, entre otras cosas, a la distorsión de la imagen.
¿Los trastornos son exclusivos de la adolescencia?
No es exclusivo de los adolescentes, pero sin duda es la edad más vulnerable para que aparezcan estos trastornos. También es cierto que cada vez acude más gente adulta. Cualquiera es vulnerable, cualquiera puede malgestionar situaciones problemáticas y de angustia.
¿También afecta a los hombres?
Aunque es menor y menos conocido el porcentaje, hay casos de chicos. Frecuentemente los deportistas con cierto grado de profesionalización tienen que pasar controles de peso muy rigurosos que unido a otros factores pueden desembocar fácilmente en un trastorno.
¿Una vez diagnosticado, en qué consiste el tratamiento?
Recomendamos un tratamiento multidisciplinar: una combinación de psicólogo, psiquiatra y, si es necesario, un médico nutricionista que controle el peso. A la terapia psicológica hay que añadir la colaboración del psiquiatra porque en algunos casos es necesaria una medicación como apoyo (problemas de ansiedad, sensación de falta de autocontrol).
Una vez que el médico de cabecera diagnostica el trastorno alimenticio, se envía al enfermo mediante un volante de derivación al centro de salud mental donde se le hace una valoración. Se decide si se puede tratar allí o en un centro más específico, como suele ser el hospital, donde existen Unidades específicas.
¿El reconocimiento del trastorno es el primer paso y el más difícil?
El primer paso, y seguramente el más difícil, es el reconocimiento de la existencia del trastorno y se produce normalmente tras superar un periodo inicial de negación en el que es imposible ayudar al enfermo. Sin embargo no es el único obstáculo que se plantea, ya que según va avanzando la terapia se genera cierta incertidumbre en los enfermos que llevan tiempo con el trastorno, miedo a lo que va a ser su futuro.
¿El comportamiento depresivo está relacionado con los trastornos alimenticios?
Hay un alto el porcentaje de personas con depresión, con problemas de aceptación y baja autoestima, que terminan sufriendo trastornos alimenticios. Aquí juega un papel importante la medicación para reforzar el estado de ánimo y facilitar el tratamiento terapéutico.
¿Cómo puede ayudar el entorno familiar en la superación de los trastornos?
Sobre todo hay que ejercitar la paciencia, hay que evitar hablar de comida, eludir frases tipo “…pero, ¡come un poco!…”. Además, hay que añadir que en muchos casos coincide con la adolescencia y el consiguiente choque generacional. Es una tarea difícil empatizar con el enfermo que casi siempre se encuentra absorto en su problema y no entiende la preocupación de sus padres.
¿Es importante que en el tratamiento se implique toda la familia?
Es fundamental que colabore y se comprometa todo el entorno familiar, remar todos juntos en el mismo sentido asistiendo a las terapias. No ayuda mucho lo de “poli bueno” y “poli malo”.
¿Qué papel desempeñan las asociaciones contra la anorexia y bulimia como ACABE?
Intentamos llegar donde la Administración no llega, tratamos de complementarnos. Prestamos apoyo a enfermos y familiares, tratamiento psicológico, terapia familiar, informamos sobre los recursos comunitarios…
Ofrecemos terapias para los enfermos y para los familiares, planteadas como un espacio de desahogo, donde puedan encontrar el apoyo de otros y compartir experiencias bajo la supervisión de un psicólogo.
¿Trabajáis coordinadamente con los médicos especialistas?
Tenemos trato directo con los profesionales especializados en este campo y celebramos reuniones anuales en las que hablamos sobre las necesidades que hay y proponemos mejoras y servicios que posteriormente trasladamos a la Sanidad Pública.
¿Qué se puede hacer desde los centros de enseñanza?
Ofrecemos charlas tanto a los alumnos como a las Asociaciones de Padres desde un enfoque preventivo y didáctico, con el fin de facilitar la identificación de los síntomas de los trastornos de alimentación
¿Tiene una curación completa?
Conocemos a mucha gente que ha recibido el alta y lleva una vida completamente normal. En cualquiera de los casos se puede mejorar la calidad de vida. Si se hace un buen trabajo se puede superar con un buen tratamiento terapéutico.
¿Está la sociedad actualmente suficientemente concienciada de la gravedad de este problema?
Hoy en día hay información suficiente. Sin embargo, creo que hay más trastorno alimentario del que se reconoce porque hay gente que lo ha asimilado, que convive con él. También, hay cierta tendencia a banalizar este tema, a encasillarlo, a identificar estos trastornos con las modelos, con chicas que quieren estar más delgadas.
¿Y habéis notado últimamente un incremento en el número de enfermos?
Desde el año pasado hemos percibido un aumento en gente más joven de lo habitual. Si antes la media era de 18 años, desde el año pasado ha bajado a 13-14 años e incluso alguna niña de 11. Yo quiero achacarlo a que la adolescencia llega antes, todo es más precoz. Este descenso en la media hace que los colegios cumplan un papel muy importante. Tanto tutores como orientadores de los centros de enseñanza detectan el problema y dan la voz de alarma.
 
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