Si ofreces algo de comer a un niño, pregunta antes a los padres
Estoy convencido que como padre o madre estás relativamente acostumbrado a que por distintos motivos les ofrezcan comida a tus hijos, me refiero a cuando tus hijos son especialmente pequeños, ya sea desde que los paseas en silleta o cochecito o hasta que tienen 10 y pocos años más.
Las ocasiones pueden ser diversas, desde la visita a casa de un conocido o familiar, un cumpleaños al que es invitado tu pequeño o hasto lo no poco frecuente de cuando se va a la compra con ellos o incluso de tiendas.
En no pocas de esas circunstancias, al menos por mi experiencia vivida y observada, quienes sea, un familiar, la dependienta de una tienda, el tendero de un puesto en el mercado, etcétera suelen ofrecen a los más pequeños algo de comer, normalmente golosinas o caramelos, con los que ganarse el afecto del pequeño (casi seguro) y, de rebote, se supone que el tuyo.
En la gran mayoría de los casos estas personas se dirigen directamente al más pequeño tras una breve alabanza a su aspecto, saltándose a la torera la “cadena de mando”… Ay que niña más guapa… ¿quieres, bonita? mientras tienden una cajita llena de chocolatinas, caramelos, gominolas, piruletas, etcétera.
En estas circunstancias mi respuesta suele ser un sonoro carraspeo. Con él, consigo captar la atención del amable oferente que me mira, primero extrañado, como preguntándose qué puede estar haciendo mal… y al final suelen caer en la cuenta y es entonces cuando preguntan a los padres: “¿puedo ofrecerle esto a las niñas?”
Mi respuesta en esas circunstancias, haciendo buena la concisa y muy recomendable máxima de Julio Basulto al respecto, (“no negar, no ofrecer”) suele ser asentir. No de muy buena gana, todo hay que decirlo.
En sentido contrario, lo que sí agradezco infinitamente más, es que en voz queda y sin que las peques se den cuenta, me pregunten de antemano si pueden ofrecerles esto o aquello. Si la oferta no me parece la más adecuada (las sempiternas chuches) mi respuesta suele consistir en preguntar educadamente si no tiene otra cosa. Por ejemplo, si estoy en el mercado (algo bastante habitual) si no tiene una fina loncha de queso o de jamón, o una gamba cocida, o un gajo de naranja. Suele dar bastante buen resultado. Eso cuando hay ocasión, que suelen ser las menos (conforme pasa el tiempo ya me van conociendo y eso facilita las cosas). Lo que es difícil de asumir es lo que me pasaba hace unos años, que en un día de mercado con las nenas, estas se volvían a casa con dos piruletas, 5 sugus y un puñado de gominolas. Así no.
El colmo de la exquisitez me ocurrió el otro día cuando en un puesto nuevo que nunca había visitado, la verdulera se dirigió a mí y me preguntó: ¿puedo ofrecerle a la niña una mandarina? Casi me echo a llorar de emoción. Claro que sí, le respondí… pero la niña, va y no quiso; entonces me mira la mujer y me dice: ¿entonces puedo una fresa? Joer, casi le compro el puesto. La fresa sí que quiso la niña. A pesar de no ser temporada hay que reconocer que aquella fresa lucía y olía de maravilla.
Más allá de la idoneidad nutricional de mantener dopados a nuestros hijos con golosinas y demás, está el tema de ¿y si el niño es alérgico / intolerante a algo que le ofrecen? porque esa es otra.
En fin, sea como sea, mi opinión es que si en un momento dado ejerces de oferente quedas fenomenal si preguntas a los padres antes de ofrecer nada a un niño. Además de amable, quedarás como una persona responsable. Y si ejerces de padre/madre no dejes de mostrar tu interés para que estos ofrecimientos se hagan como deben de hacerse, es decir, pasando por la “cadena de mando”.
Quizá no sea la solución definitiva, eso seguro, pero ayudará a que entre todos tengamos una mejor conciencia nutricional.
Estoy convencido que como padre o madre estás relativamente acostumbrado a que por distintos motivos les ofrezcan comida a tus hijos, me refiero a cuando tus hijos son especialmente pequeños, ya sea desde que los paseas en silleta o cochecito o hasta que tienen 10 y pocos años más.
Las ocasiones pueden ser diversas, desde la visita a casa de un conocido o familiar, un cumpleaños al que es invitado tu pequeño o hasto lo no poco frecuente de cuando se va a la compra con ellos o incluso de tiendas.
En no pocas de esas circunstancias, al menos por mi experiencia vivida y observada, quienes sea, un familiar, la dependienta de una tienda, el tendero de un puesto en el mercado, etcétera suelen ofrecen a los más pequeños algo de comer, normalmente golosinas o caramelos, con los que ganarse el afecto del pequeño (casi seguro) y, de rebote, se supone que el tuyo.
En la gran mayoría de los casos estas personas se dirigen directamente al más pequeño tras una breve alabanza a su aspecto, saltándose a la torera la “cadena de mando”… Ay que niña más guapa… ¿quieres, bonita? mientras tienden una cajita llena de chocolatinas, caramelos, gominolas, piruletas, etcétera.
En estas circunstancias mi respuesta suele ser un sonoro carraspeo. Con él, consigo captar la atención del amable oferente que me mira, primero extrañado, como preguntándose qué puede estar haciendo mal… y al final suelen caer en la cuenta y es entonces cuando preguntan a los padres: “¿puedo ofrecerle esto a las niñas?”
Mi respuesta en esas circunstancias, haciendo buena la concisa y muy recomendable máxima de Julio Basulto al respecto, (“no negar, no ofrecer”) suele ser asentir. No de muy buena gana, todo hay que decirlo.
En sentido contrario, lo que sí agradezco infinitamente más, es que en voz queda y sin que las peques se den cuenta, me pregunten de antemano si pueden ofrecerles esto o aquello. Si la oferta no me parece la más adecuada (las sempiternas chuches) mi respuesta suele consistir en preguntar educadamente si no tiene otra cosa. Por ejemplo, si estoy en el mercado (algo bastante habitual) si no tiene una fina loncha de queso o de jamón, o una gamba cocida, o un gajo de naranja. Suele dar bastante buen resultado. Eso cuando hay ocasión, que suelen ser las menos (conforme pasa el tiempo ya me van conociendo y eso facilita las cosas). Lo que es difícil de asumir es lo que me pasaba hace unos años, que en un día de mercado con las nenas, estas se volvían a casa con dos piruletas, 5 sugus y un puñado de gominolas. Así no.
El colmo de la exquisitez me ocurrió el otro día cuando en un puesto nuevo que nunca había visitado, la verdulera se dirigió a mí y me preguntó: ¿puedo ofrecerle a la niña una mandarina? Casi me echo a llorar de emoción. Claro que sí, le respondí… pero la niña, va y no quiso; entonces me mira la mujer y me dice: ¿entonces puedo una fresa? Joer, casi le compro el puesto. La fresa sí que quiso la niña. A pesar de no ser temporada hay que reconocer que aquella fresa lucía y olía de maravilla.
Más allá de la idoneidad nutricional de mantener dopados a nuestros hijos con golosinas y demás, está el tema de ¿y si el niño es alérgico / intolerante a algo que le ofrecen? porque esa es otra.
En fin, sea como sea, mi opinión es que si en un momento dado ejerces de oferente quedas fenomenal si preguntas a los padres antes de ofrecer nada a un niño. Además de amable, quedarás como una persona responsable. Y si ejerces de padre/madre no dejes de mostrar tu interés para que estos ofrecimientos se hagan como deben de hacerse, es decir, pasando por la “cadena de mando”.
Quizá no sea la solución definitiva, eso seguro, pero ayudará a que entre todos tengamos una mejor conciencia nutricional.
Estoy convencido que como padre o madre estás relativamente acostumbrado a que por distintos motivos les ofrezcan comida a tus hijos, me refiero a cuando tus hijos son especialmente pequeños, ya sea desde que los paseas en silleta o cochecito o hasta que tienen 10 y pocos años más.
Las ocasiones pueden ser diversas, desde la visita a casa de un conocido o familiar, un cumpleaños al que es invitado tu pequeño o hasto lo no poco frecuente de cuando se va a la compra con ellos o incluso de tiendas.
En no pocas de esas circunstancias, al menos por mi experiencia vivida y observada, quienes sea, un familiar, la dependienta de una tienda, el tendero de un puesto en el mercado, etcétera suelen ofrecen a los más pequeños algo de comer, normalmente golosinas o caramelos, con los que ganarse el afecto del pequeño (casi seguro) y, de rebote, se supone que el tuyo.
En la gran mayoría de los casos estas personas se dirigen directamente al más pequeño tras una breve alabanza a su aspecto, saltándose a la torera la “cadena de mando”… Ay que niña más guapa… ¿quieres, bonita? mientras tienden una cajita llena de chocolatinas, caramelos, gominolas, piruletas, etcétera.
En estas circunstancias mi respuesta suele ser un sonoro carraspeo. Con él, consigo captar la atención del amable oferente que me mira, primero extrañado, como preguntándose qué puede estar haciendo mal… y al final suelen caer en la cuenta y es entonces cuando preguntan a los padres: “¿puedo ofrecerle esto a las niñas?”
Mi respuesta en esas circunstancias, haciendo buena la concisa y muy recomendable máxima de Julio Basulto al respecto, (“no negar, no ofrecer”) suele ser asentir. No de muy buena gana, todo hay que decirlo.
En sentido contrario, lo que sí agradezco infinitamente más, es que en voz queda y sin que las peques se den cuenta, me pregunten de antemano si pueden ofrecerles esto o aquello. Si la oferta no me parece la más adecuada (las sempiternas chuches) mi respuesta suele consistir en preguntar educadamente si no tiene otra cosa. Por ejemplo, si estoy en el mercado (algo bastante habitual) si no tiene una fina loncha de queso o de jamón, o una gamba cocida, o un gajo de naranja. Suele dar bastante buen resultado. Eso cuando hay ocasión, que suelen ser las menos (conforme pasa el tiempo ya me van conociendo y eso facilita las cosas). Lo que es difícil de asumir es lo que me pasaba hace unos años, que en un día de mercado con las nenas, estas se volvían a casa con dos piruletas, 5 sugus y un puñado de gominolas. Así no.
El colmo de la exquisitez me ocurrió el otro día cuando en un puesto nuevo que nunca había visitado, la verdulera se dirigió a mí y me preguntó: ¿puedo ofrecerle a la niña una mandarina? Casi me echo a llorar de emoción. Claro que sí, le respondí… pero la niña, va y no quiso; entonces me mira la mujer y me dice: ¿entonces puedo una fresa? Joer, casi le compro el puesto. La fresa sí que quiso la niña. A pesar de no ser temporada hay que reconocer que aquella fresa lucía y olía de maravilla.
Más allá de la idoneidad nutricional de mantener dopados a nuestros hijos con golosinas y demás, está el tema de ¿y si el niño es alérgico / intolerante a algo que le ofrecen? porque esa es otra.
En fin, sea como sea, mi opinión es que si en un momento dado ejerces de oferente quedas fenomenal si preguntas a los padres antes de ofrecer nada a un niño. Además de amable, quedarás como una persona responsable. Y si ejerces de padre/madre no dejes de mostrar tu interés para que estos ofrecimientos se hagan como deben de hacerse, es decir, pasando por la “cadena de mando”.
Quizá no sea la solución definitiva, eso seguro, pero ayudará a que entre todos tengamos una mejor conciencia nutricional.
Juan Revenga, dietista-nutricionista
http://blogs.20minutos.es/el-nutricionista-de-la-general/2014/02/03/si-ofreces-algo-de-comer-a-un-nino-preguntales-antes-a-los-padres/