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Con la llegada de marzo comienza la cosecha de la patata nueva, la primera que se recolecta. Se caracteriza por su piel dorada y fina en el exterior y el color blanco o ligeramente amarillento en su interior. A diferencia de las patatas viejas, son más compactas y de menor tamaño.
Este tubérculo, con más de 7.500 variedades, llegó a España en el siglo XVI y no tuvo excesiva aceptación. Formaba parte de la dieta de las clases más pobres e incluso se utilizaba para alimentar el ganado. En el siglo XIX, y con el fin de paliar las hambrunas, se popularizó su consumo desplazando al cultivo de legumbres y, hoy en día, ha pasado a ser, tras los cereales, el segundo alimento más consumido en el mundo.
En la actualidad se cultivan en torno a 1.500 hectáreas en España de patata nueva y son Andalucía y Castilla y León las comunidades con mayor producción.
La patata nueva o temprana, más pequeña y frágil, se recoge antes de que madure, mientras la vieja o tardía se recolecta hasta doce meses después de su maduración. Se conserva peor que la vieja por contener más agua, por lo que hay que guardarla en un lugar oscuro y aireado. A la hora de comprarlas hay que fijarse en que tengan la piel tersa y brillante.

«La patata nueva o temprana, más pequeña y frágil, se recoge antes de que madure, mientras la vieja o tardía se recolecta hasta doce meses después de su maduración.»

Es preferible hacerlas al vapor que hervirlas para que conserven sus vitaminas y minerales, y sin pelar para que mantengan las sustancias nutritivas. La patata nueva es ideal para cocer y freír porque al ser compacta no se rompe.
Alimento con grandes bondades nutricionales y gastronómicas, se recomienda su consumo diario: en ensaladas, con otras verduras, legumbres, en purés o como guarnición de segundos platos.
Fuente de energía, las patatas nuevas contienen más agua que las viejas y, por tanto, menos cantidad de almidón. Su aporte calórico, en principio, es menor pero depende de la forma de cocinarlas. Así, si se fríen, triplican su aporte calórico. Las patatas son ricas en fibras y favorecen la impresión de saciedad.  También, contienen vitamina C, aunque se pierde al cocinarlas, y oligoelementos, como el hierro y el potasio.
 
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